El sonido de los niños jugando alegremente me distrae de mis tareas del instituto.
Observo a unos chicos balanceándose en unos columpios y a unas niñas que cantan y juegan a las palmas.
Muchos padres se sientan en los bancos que rodean al pequeño parque para hablar entre ellos o vigilar a sus niños.
Le tengo mucho cariño a este parque; vengo aquí la mayoría de las tardes para hacer mis deberes o para pasar el rato. A veces escribo todas estas cosas en esta libreta roja. En ella escribo todo lo que veo. También mis planes, lo que voy a ser de mayor: escritora.
Pero hoy tengo una mala sensación; como si me estuviesen observando. Una mujer adulta me está mirando desde el fondo del parque; me mira intensamente, como si esperara a que hiciese algo.
Su comportamiento me empieza a poner nerviosa, así que decido levantarme y alejarme de ella. Me dirijo ahora hacia mi casa; abrumada después esta extraña situación.
Voy paseando por la calle tras salir de mi trabajo en la editorial. Acabo de pasar al lado de la que era mi escuela durante mi adolescencia, veinte años atrás. Cerca de allí hay un parque al que solía ir en primaria con mis padres; la nostalgia me obliga a pasarme para ver cómo siguen las cosas.
Una sensación de alegría me inunda al ver que todo continúa exactamente igual; como si no hubiese pasado el tiempo. Bueno, han cambiado el tobogán y la verja tiene la pintura descuidada. Pero se respira el mismo aire.
Me dirijo a la zona de los columpios sin acercarme demasiado. Me emociono al recordar mi banco. Mi banco favorito; voy con intención de sentarme en él un rato.
Pero hay una chica en mi banco. En un principio me sorprende, hasta que me doy cuenta de que es normal. Ése ya no es mi banco.
Llevo varios minutos contemplándola hasta que la chica empieza a mirarme a mí, sin entender muy bien qué pasa. Se le ve tan alegre, con tanta vida. El corazón se me para cuando la veo; es igual a mí cuando tenía su edad. Es como si aquel momento lo hubiera vivido ya antes. La joven me ignora pero se ve de lejos que está tratando de evitarme. Finalmente se levanta y se va. La miro con ternura, con ganas de darle un abrazo. Con las prisas, la pobre se ha dejado una libreta roja olvidada en el banco.
La abro, con curiosidad, y leo con ojos de niña mientras me embarga el sonido de los niños jugando alegremente en el parque…