Aquel día, era como cualquier otro. El Sol saliendo por el Este, las vacas de nuestros vecinos, el señor y la señora Evans, pastando por la finca y el viento frío y húmedo típico de Lincolnshire me erizaba los pelos de los brazos antes siquiera de comenzar el día. Mi señora y esposa, Sofía, preparaba el desayuno. Independientemente de lo que fuera, lo podía identificar al bajar el tercer escalón que da al primer piso. El aroma penetrante de la carne, el aceite caliente comenzando a impregnar con su esencia la cocina y el refrescante olor de las mermeladas de frutas dispuestas. Siempre siendo, uvas, ciruelas y naranjas, en ese orden. Esas primeras horas de la mañana conseguían llenarme de energía. Un poco más tarde, Sof se marchaba a la ciudad en busca de nuevas adquisiciones y yo me sentaba en mi estudio en busca de esa gran inspiración que cambiaría el mundo. No era fácil, pero ella lo entendía y lo llevaba bien o, al menos eso creía. Pero aquel día, al llegar el ocaso, me mostró lo que había comprado, tratando de alejar la frustración que cada día me pesaba más.
-Hoy he conseguido unas cuantas piezas interesantes. -Dijo Sofía a medida que ponía su alijo en la mesa de la sala común.
Y fue entonces cuando lo vi,
En un lado de la bolsa que traía Sofía, un objeto alargado de madera, no se de cual, no era importante, y, atado a uno de los extremos dos piezas de metal unidas. Ella, al ver mi interés lo sacó de la bolsa y me lo mostró. Mediría medio metro, las piezas de metal eran muy delgadas, aun así parecían robustas. Estaban unidos por algún tipo de remache y en la segunda pieza tenían un extremo redondeado. Sin ninguna duda era algún tipo de péndulo. Pero esto era totalmente diferente a lo que había visto hasta el momento..
-Esto es un aparato para entretener a los niños de cuna. Lo he visto curioso así que he decidido comprarlo -Dijo Sofía sin darle más importancia.
Y enseguida Sof continuó hablando sobre sus demás hallazgos, sin embargo, para mi mente ya era demasiado tarde. Con un leve movimiento de la mano alteré la posición inicial del péndulo. La característica oscilación armónica se había profanado. Los fundamentos de la física se acababan de ir al traste. Derecha, izquierda, arriba, abajo, este, norte, sudeste… Todas las direcciones estaban a su merced. No existía un patrón. Todo era aleatorio. Sentía como el aire se me escapaba de los pulmones, la sala me daba vueltas, hasta que finalmente, caí al suelo.
-¿Estás bien? -Dijo Sofía mientras me ayudaba a incorporarme.
-Lo he visto… -Susurré.
-¿El qué?
-El caos.