Paré, ya no llovía y no sabía dónde iba, era incapaz de pensar, no conseguía comprender que había pasado y decidí volver sobre mis pasos.
Anochecía la calle estaba sola , ¿era real lo que recordaba?. Pues sí, allí estaba, no pude mantener la mirada, me senté en el bordillo e intenté serenarme.
Buscaba el cable para la pantalla, sí, ese adaptador que no conseguía encontrar para poder conectar mi ordenador y así utilizarlo a modo de tele. ¡Me hacía tanta ilusión ver desde mi cama mis series favoritas sin tener que sostener el portátil sobre mi barriga!. Volvía cansada y un poco cabreada, siempre la primera idea es la mejor, debí encargarlo por internet, en las tiendas sólo tienen lo último y por supuesto no lo que yo buscaba. Había perdido la tarde, me había mojado y encima tendría que volver a empezar.
Iba sumida en mis pensamientos, de forma mecánica, ni siquiera me había plantado el camino de vuelta, mi mente decidió por mí, había recorrido tantas veces esa calle que por allí se dirigía mi cuerpo al margen de todo lo que bullía en mi cabeza y de lo que siempre me habían aconsejado: “de noche si vas sola mejor por la avenida”.
Todo sucedió tan rápido que no soy capaz de reproducirlo tal y como lo viví. Alguien se acerca con algo en la mano y me dice que le dé el móvil, el miedo recorre mi cuerpo y tiemblo, lo saco de mi bolsillo, extiendo la mano e inclino el cuerpo para entregárselo. En ese momento pierdo el equilibrio, adelanto el pie para buscar apoyo y cae al otro lado del bordillo. Como puedo ser tan torpe pienso, mientras caigo sobre mi atracador que no se lo espera, empujando mi cuerpo al suyo que se tambalea y cae hacia atrás. Oigo un ruido seco y cortante, mientras su pecho amortigua mi caída y como puedo me recompongo y salgo corriendo en dirección contraria.
Pero he vuelto y ahí está sin moverse y vuelvo a sentir miedo, pero esta vez es distinto. Pienso en la vida y la muerte, en lo frágiles que somos, en lo fácil que ha sido y en que en ese momento algo ha cambiado y ya nada será igual. Pienso en la lluvia, nunca me gustó, siempre me hizo sentir triste, será cierto aquello que me contaba mi abuela: “Los malos pensamientos reprimidos suben al cielo y cuando llueve vuelven a la tierra por eso la lluvia nos produce melancolía”.
Un zumbido me hace reaccionar, veo la luz de mi móvil, acaba de entrarme un mensaje. Lo agarro como si pudiera retroceder en el tiempo a ese momento en el que decidí volver la esquina para tomar esa calle. Pero sigo ahí, parece un sueño del que quiero salir y no puedo.
Esta vez suena el teléfono, mi madre, hablo con ella, ya viene, ella me ayudará, escondo la cabeza entre las piernas y me echo a llorar.