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La copa del príncipe

por Marcos Escudo

Pronto se haría con el poder, el trono se hallaba tan solo a una ceremonia de distancia. Tras la muerte de su padre, la Corte se tornó en un nido de venenosas víboras prestas a todo con tal de sacar tajada: aduladores, cantos de sirena y aspirantes a magnicida... Bajo la atenta protección y guía de su tío, no obstante, había conseguido esquivar y superar estos obstáculos que lo separaban de la corona. De él aprendió una importante lección: nunca hay que dejar que nada ni nadie se interponga en tu camino.

En sus horas bajas, asumir el control del gobierno le parecía al príncipe lozano un reto inabarcable; mas por abrumador que fuese su deber, esto nunca lo desalentó. Tenía planes para el reino, aunque barruntaba que la vieja guardia se resistiría a su ejecución. Esa mañana compartió sus cuitas con el copero, un mozo con fama de liberal y discreto. Este le respondió que no hay que temer nada cuando no hay nada que temer y que no tendrían más remedio que obedecerle cuando fuese rey. El consejo calmó su ánimo, se trataba de uno de sus pocos amigos y confidentes, por lo que no dudó de su veracidad y buenas intenciones.

El amor que sentía por la mujer con la que pronto contraería nupcias le infundía con el mayor valor que su joven corazón jamás hubiera albergado. Desde que la conoció, las canciones de los juglares por fin cobraron sentido y su vigor era tal que estaba dispuesto a afrontar con aplomo cualquier revés que la fortuna le deparase. El sol se encontraba en su cénit y, mientras lo repasaba todo en su mente, degustaba un vino de inusual dulzura. Solo había tomado una copa, pero no pudo evitar caer rendido rápida y plácidamente entre ensoñaciones de felicidad, plenitud y gloria.

Dio igual que la mortaja fuera del más espléndido púrpura, la reina madre lloró pesarosamente la pérdida de su hijo, cuya repentina y temprana muerte consternó a todo el país. Un gran número de gente se unió a su llanto, pero también encontraron consuelo en que al menos no se produciría una larga y cruenta pugna por el poder, pues el hermano del rey anterior pronto tomaría las riendas. Naturalmente se casaría con la exprometida del príncipe, asegurar la alianza entre las dos familias suponía una cuestión prioritaria. La entereza del nuevo monarca en el funeral de su ahijado estuvo a la altura de su reputación, no derramó ni una lágrima.

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